octubre 01, 2023

Si soy nueva creación, ¿Por qué sigo pecando?

En su carta a la iglesia de Corinto, Pablo declara: «De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.» (2 Cor 5:17). Otras versiones rezan: «nueva creación» (JBS), «nueva persona» (DHH).

Cabe preguntar, si somos una «nueva creación», ¿Por qué seguimos batallando contra el pecado? ¿Por qué caemos constantemente en pecado? Hay varios factores que debemos considerar al contestar estas preguntas. Me parece que el factor predominante es nuestra naturaleza pecaminosa. Un segundo factor es el mundo maligno en el cual vivimos. Un tercer factor es la incomprensión de la justicia de Cristo a nuestro favor. Tal parece que no hemos entendido en qué consiste. 

Con respecto a las dos primeras preguntas. Aquí debemos mencionar el estatus de nuestra naturaleza: «Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios [...]» (Ro 8:7). ¿Qué sucedió después de la caída de la pareja edénica? El relato genesiano aduce: «Y el Señor vio que era mucha la maldad de los hombres en la tierra, y que toda intención de los pensamientos de su corazón era solo hacer siempre el mal.» (Ge 6:5 LBLA). Sin embargo, a Génesis 6:5 le precede Génesis 3:15 que dice: «Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; esta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar.» Otra versión reza: «Haré que tú y la mujer, sean enemigas; pondré enemistad entre sus descendientes y los tuyos. Un hijo suyo te aplastará la cabeza, y tú le morderás el talón.» (TLA). De acuerdo con estos pasajes la tendencia de nuestra naturaleza es hacia el mal. 

El pasaje genesiano (3:15) revela la verdadera naturaleza del pecado. Predice la lucha entre el bien y el mal. Esta batalla culminará con la muerte de Cristo (herida en el calcañar: sacrificio y muerte de Cristo) y la derrota de Satanás (cabeza aplastada: resurrección de Cristo y reino eterno). 

La sintaxis hebrea de Génesis 3:15 presenta el verbo שׁית 'shiyth' 'chisth' «pondré». Este verbo indica la actuación deliberada de parte del Señor (su prerrogativa). No en sentido arbitrario sin atender a razones. Me parece que la razón por la cual Dios tomó la decisión de poner la enemistad fue debido a la mentira y el engaño del crótalo hacia la pareja edénica. Esta acción verbal sugiere que nada natural crearía la enemistad entre el ser humano y Satanás. Salió única y exclusivamente de parte de Dios. La sintaxis hebrea del pasaje también presenta el sustantivo אֵיבָה 'êḇâ 'eibah' «enemistad», «hostilidad», «odio». Cabe preguntar, ¿Cómo fue puesta esa enemistad en el ser humano? En realidad, no lo sabemos. Lo único revelado en el pasaje es que esa enemistad fue puesta de manera misteriosa. Diría que fue algo sobrenatural.

Significativo lo que implica la palabra «enemistad». No solamente implica un conflicto cósmico entre el bien y el mal, sino también una «repulsión personal» al pecado, implantada por la gracia de Dios en la mente humana. Somos seres caídos en su totalidad (Ef 2:1, 5). Esclavos del pecado (Ro 6:20). Se podría deducir de Génesis 6:4 que naturalmente nuestra tendencia es hacia el mal. Ahora bien, ¿En qué consiste esa enemistad? Consiste en «la bondad de Dios que nos guía al arrepentimiento» (Ro 2:4). O sea, el amor de Dios (Jn 3:16), es decir, la gracia que Cristo implanta en cada vida humana crea enemistad contra Satanás. Esa enemistad es un regalo divino. Ese regalo divino es la bondad de Dios que nos permite aceptar su gracia salvífica. Sin esta gracia transformadora y ese poder renovador, la humanidad continuaría siendo cautiva de Satanás. La decisión tomada por la pareja edénica revela que ellos pasaron de tener paz con Dios a tener paz con Satanás. Pero, cuando Dios puso la enemistad creó un conflicto donde reinaba la paz con Satanás. 

Este conflicto se ve reflejado en una de las cartas del apóstol Pablo, «Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en mí.» (Ro 7:19-20 RVR 1960). «Porque la naturaleza pecaminosa siempre se rebela contra Dios, nunca ha obedecido la ley de Dios y nunca podrá obedecerla.» (Ro 8:7 NBV). El apóstol describe este conflicto como el pecado que mora en el interior. Un comentarista describe el conflicto paulino de esta manera: «La experiencia que vivió Pablo lo convenció de que «la ley es buena» (v.16). Pero también concluyó: sé que nada bueno mora en mí. Luego se apresuró a explicar que con la frase «en mí» se refería a mi naturaleza pecaminosa (sarki, «carne»; comp. vv. 5, 25). Esto no es literalmente carne física o material, sino el principio del pecado que se manifiesta a través de nuestra mente y de nuestro cuerpo.» (John A. Witmer, 'Romans," in The Bible Knowledge Commentary: An Exposition of the Scriptures, ed. J. F. Walvoord and R. B. Zuck, vol. 2 (Wheaton, IL: Victor Books, 1985), 468). El principio del pecado que se manifiesta a través de nuestra mente y de nuestro cuerpo. Un conflicto que permanece aun cuando hemos aceptado a Cristo como nuestro Salvador. A eso le sumamos el mundo que nos rodea. Vivimos una lucha constante contra las fuerzas espirituales malignas, «Porque nuestra lucha no es contra seres humanos, sino contra poderes, contra autoridades, contra potestades que dominan este mundo de tinieblas, contra fuerzas espirituales malignas en las regiones celestiales.» (Ef 6:12 NVI). Por supuesto, el sentido de «enemistad» puesto por Dios no es de forma negativa. Por el contrario, es de forma positiva. Esa lucha contra las fuerzas espirituales malignas deja ver que si Dios no hubiese intervenido, seríamos esclavos de Satanás por siempre. El conflicto continúa pero la toma de decisiones está en nosotros: «caminar en la carne o en el espíritu» (Ro 8:5-11; Ga 5:16-23).

He presentado brevemente algunos factores relacionados a las dos primeras preguntas. Ahora, analizaremos en qué consiste aceptar la justicia de Cristo. Como dije anteriormente, un tercer factor es la incomprensión de la justicia de Cristo Jesús a nuestro favor. Parece que no hemos entendido en qué consiste. El apóstol Pablo, adujo: «Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.» (Ro 8:1 RVR 1960). Para los que están en Cristo Jesús no hay ninguna condenación porque lo han aceptado como su Salvador. Significa que son justificados en él (Ro 5:8-10). ¿Qué significa ser justificados en Cristo Jesús? Que Jesús pagó el precio por nosotros. No hay ninguna condenación porque Jesús fue «quien pagó el precio de nuestra libertad y así tenemos el perdón de nuestros pecados» (Col 1:14 PDT; cf. 1 Jn 2:2). Somos pecadores debido a nuestra naturaleza. Con esto no quiero decir que nacemos pecadores. Nadie nace pecador, sino con una naturaleza pecaminosa. El heredar una naturaleza pecaminosa no te hace pecador. ¿Sabe un bebé lo que es pecado? Por supuesto que no. Dicho esto, la Biblia nos llama pecadores debido a nuestra naturaleza, pero cuando aceptamos a Cristo Jesús como nuestro Salvador, somos justificados por el favor de Dios en Cristo Jesús. Por eso, somos una nueva creación, es decir, una nueva persona para la gloria de Dios (2 Cor 5:17). Seguimos siendo pecadores, pero en este caso pecadores arrepentidos y redimidos por la sangre de Cristo. El relato isaiano aduce, «Mas el Señor cargó en él el pecado de todos nosotros» (Is 53:6). Significa que Dios, no mira nuestra condición, sino que mira los méritos de Cristo cuando no arrepentimos, «JAH, si mirares a los pecados, ¿Quién, oh Señor, podrá mantenerse? Pero en ti hay perdón, Para que seas reverenciado.» Sl 130:3-4 RVR 1960). El perdón otorgado es basado en los méritos de Cristo. En otras palabras «Justicia imputada». Somos pecadores arrepentidos y redimidos en Cristo Jesús. ¡Bendito sea su nombre! 

Judas, aduce que «Dios es capaz de cuidarnos para que no caigamos, y puede también hacernos entrar a su presencia gloriosa con gran alegría y sin falta alguna.» (Jds 1:24 PDT). Entonces, si Dios es capaz de cuidarnos para que no caigamos, ¿por qué caemos? No culpemos a nuestra naturaleza pecaminosa. No culpemos a Satanás, aunque de cierta manera nos tienta, pero no nos pone un puñal en la garganta para hacernos caer. Tampoco culpemos a Dios, porque en Dios no hay maldad, «Porque tú no eres un Dios que ame la maldad.» (Sl 5:4). Note que dice que Dios es capaz de cuidarnos para que no caigamos. Además, Pablo, diserta, «Para todo tenemos recursos, en él que nos da la fuerza» (Flp 4:13). Lo que podemos deducir de estos pasajes es que pecamos debido a nuestra toma de decisiones. O sea, pecamos porque elegimos pecar por voluntad propia: «El pecado, pues, está en aquel que sabe hacer lo bueno y no lo hace.» (Stg 4:17). Los creyentes de la doctrina del pecado original basado erróneamente en Salmos 51:5 se escudan en la misma para excusar sus pecados. Afirman que pecan porque es parte de su naturaleza. ¡Falso! Tenemos que tener mucho cuidado con esta doctrina errónea. Tenemos que tener cuidado con la toma de decisiones, «Porque si seguimos pecando intencionalmente después de haber conocido la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados; solamente nos queda la terrible amenaza del juicio y del fuego ardiente que destruirá a los enemigos de Dios.» (Hb 10:26-27 DHH). La sintaxis griega de este pasaje plasma el adverbio ἑκουσίως hekousíōs, significa «intencionalmente», «voluntariamente» o «deliberadamente». Valga la aclaración, el apóstol no parece referirse a un mero acto, sino a un estado donde el creyente persistente y deliberadamente insiste en pecar contra el Señor, luego de haber conocido la verdad. 

En síntesis, si soy una nueva creación, ¿por qué sigo pecando? Itero, por elección propia porque «El pecado, pues, está en aquel que sabe hacer lo bueno y no lo hace.» (Stg 4:17). La Palabra de Dios diserta «Para todo tengo recursos, en él que nos da las fuerzas» (Flp 4:13). Tenemos la ayuda de los Tres grandes poderes del cielo «el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo». Tenemos la ayuda de la Palabra de Dios, la cual tiene todos los recursos para ser salvos, o sea, nos presenta al Salvador. La toma de decisiones está en nosotros. Si de algo estamos claro, es que es más fácil salvarse que perderse. ¡No hay excusas!

Que su Palabra pueda satisfacer su necesidad espiritual en este día. Confío que así será. Cuenta con mi Dios. Mi Dios es real. Mi Dios es Dios, porque únicamente él es Dios. Mi Dios sin igual.

¡Bendecido día!

«Adquiere la verdad y la sabiduría, la disciplina y el discernimiento, ¡y no los vendas!» (Pr 23:23 NVI)

Prof. Benjamín López Rivera, MEd

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