enero 27, 2023

Dios estaba en Cristo

Fue Dios quien tomó la iniciativa de reconciliar al mundo consigo mismo por medio de Cristo Jesús: «Dios decidió de antemano adoptarnos como miembros de su familia al acercarnos a sí mismo por medio de Jesucristo. Eso es precisamente lo que él quería hacer, y le dio gran gusto hacerlo» (Ef 1:5 NTV). Podríamos inferir que Dios el Padre es la fuente de la salvación (1 Cor 8:6), el Hijo el mediador (Ro 3:24; Ef 3:18; Col 1:20) y el Espíritu Santo nuestro guía (Ro 8:26-27). Maravilloso plan salvífico basado en el amor del Dios triuno el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Dios es nuestra única esperanza. Aunque no podamos comprender del todo lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo de su amor (Ef 3:18), él sigue siendo nuestra única esperanza de salvación. Juan aduce: «Así en efecto amó Dios al mundo...» (Jn 3:16). La iniciativa de la reconciliación fue basada en su gran amor: «Porque Dios es amor» (1 Jn 4:8). «En esto consiste el amor verdadero: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros y envió a su Hijo como sacrificio para quitar nuestros pecados» (1 Jn 4:10 NTV). «Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero» (1 Jn 4:19 RVR 1960).

La Escritura diserta que ese amor se dio a conocer por medio del plan de salvación: «Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo» (2 Cor 5:19). O sea, que al aceptar a Cristo como nuestro salvador «nuestra vida está escondida con Cristo en Dios» (Col 3:3). En otras palabras, puedo verbalizar para la gloria de Dios que «ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí» (Ga 2:20). Maravilloso el amor de Dios. Aduce Monseñor Luis F. Ladaria, que «En la reconciliación de Dios en Cristo opera el amor que él nos tiene». ¡Qué maravillosa gracia! ¡Qué maravillosa manera de amar! ¡Qué maravillosa manera de reconciliar al mundo consigo mismo! Cabe preguntar, ¿En qué consiste la reconciliación? La Biblia diserta que el pecado enemistó a la raza humana con Dios. Tanto así que los autores bíblicos describen nuestra naturaleza de la siguiente manera: «Nada hay tan engañoso ni tan absolutamente perverso como el corazón. Nadie es capaz de conocer a fondo su maldad» (Jr 17:9 NBV). «Pues la naturaleza pecaminosa es enemiga de Dios siempre. Nunca obedeció las leyes de Dios y jamás lo hará» (Ro 8:7 NBV). Basado en estos pasajes podemos inferir nuestro estatus delante de Dios: «...destituidos de la gloria de Dios» (Ro 3:23). Siendo que estamos destituidos de la gloria de Dios, la reconciliación se da por medio de Cristo Jesús. Entonces, ¿En qué consiste la reconciliación? La reconciliación consiste en la justificación, en ser «justificados gratuitamente» por su gracia por medio de la redención que es en Cristo Jesús (Ro 3:24, 28; 4:16; 5:1, 9; 1 Cor 1:30). 

Pablo aduce que somos justificados gratuitamente por la gracia de Dios, por medio de la redención que es en Cristo Jesús. Estas palabras son significativas. El autor de la carta a los Hebreos, expresa por medio de una pregunta retórica lo siguiente: «¿Cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?» (Hb 2:3). Me parece que la expresión «si descuidamos una salvación tan grande» es en alusión a la salvación que es en Cristo Jesús. Algunos cristianos primitivos seguían aferrados al antiguo sistema judaico. Habían perdido de vista el propósito del evangelio: la salvación única y exclusivamente por los méritos de Cristo Jesús. En el presente muchas personas viven afligidas, preocupadas bajo el antiguo sistema de una vida conductual. Están todo el tiempo preocupados por su conducta delante de Dios. La Biblia dice: «No se preocupen por nada; en cambio, oren por todo. Díganle a Dios lo que necesitan y denle gracias por todo lo que él ha hecho» (Flp 4:6 NBV). Más allá de preocuparnos por la salvación debemos ocuparnos de la misma. Sin embargo, no debemos estar preocupados, ni ansiosos por lo que Dios piense de nosotros, ni por lo que está escrito en el registro celestial (Lc 10:20; Flp 4:3; Ap 20:12). Los escritores bíblicos afirman que Cristo es nuestro sustituto (2 Cor 5:21), nuestro intercesor (Hb 4:14-15), nuestro abogado (1 Jn 2:1), por lo tanto, no debemos estar ansiosos por lo que Dios piense de nosotros, sino por lo que Dios piense de Cristo, nuestro sustituto. La autora Ellen White escribió: «No debemos estar ansiosos por lo que Cristo y Dios piensen de nosotros, sino por lo que Dios piense de Cristo, nuestro sustituto». Nuestro némesis el diablo se entromete a diario en nuestra relación con Dios. Nos distrae al punto que cometemos deslices. Pone en nuestra mente pensamientos negativos. Nos susurra al oído que somos unos fracasados. De manera que todo esto crea ansiedad. La ansiedad provoca que nos enfoquemos en nuestros propios esfuerzos, o sea en una vida conductual. Nos enfocamos solamente en ser buenos para que Dios nos acepte. El finado Desmond Ford adujo: «No tenemos que ser buenos para ser salvos, sino salvos para ser buenos. No se trata de quiénes somos, sino a quién pertenecemos». No olvidemos el pensamiento paulino: «Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo» (2 Cor 5:19). «Nuestra vida está escondida con Cristo en Dios» (Col 3:3). «Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí» (Ga 2:20). Cristo es nuestro sustituto (2 Cor 5:21), nuestro intercesor (Hb 4:14-15), nuestro abogado (1 Jn 2:1). El que intercede por nosotros ante el Padre, le dice: «Mira, he escrito sus nombres en las palmas de mis manos» (Is 49:16). «Ruego por ellos...» (Jn 17:9). «Padre santo, cuídalos con el poder de tu nombre...» (Jn 17:11). Cristo es nuestro representante. Lo que implica que el Padre, trata nuestros asuntos directamente con Cristo. Por lo tanto, no hay que estar ansiosos. No le permita a Satanás que escriba su agenda diaria. White también escribió: «No se nos ha llamado a ponernos en paz con Dios, sino a aceptar a Cristo, que es nuestra paz». Estas palabras nos recuerda el pensamiento paulino que dice: «Porque Cristo es nuestra paz» (Ef 2:14). Cuando caemos, tratamos de levantarnos por nosotros mismos para estar en paz con Dios, pero no lo podemos lograr porque nuestra naturaleza no nos permite hacerlo (Ro 8:7). Nuestra esperanza está en Aquel que dijo: «Les dejo la paz, les doy mi paz; pero no se la doy a ustedes como la da el mundo. No se angustien ni tengan miedo» (Jn 14:27 NBV). Como sintetiza Pablo, «Cristo es nuestra paz» (Ef 2:14). Ciertamente no se nos ha llamado a ponernos en paz con Dios, sino a aceptar a Cristo nuestra paz. Igualmente escribió: «El carácter de Cristo ocupa el lugar de nuestro carácter, y somos aceptados delante de Dios como si no hubiésemos pecado». Estas palabras nos llevan al pensamiento paulino que aduce: «En Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo con él, no tomándole en cuenta sus pecados...» (2 Cor 5:19). Si permanecemos en Cristo (Mt 24:13; Jn 15:7-17), su carácter ocupará el nuestro (Ga 2:20). Dios nos mira siempre a través del carácter de Cristo. Así será hasta que seamos transformados (1 Cor 15:52-55).

Puesto que nosotros aún tenemos una naturaleza pecaminosa (Ro 8:7), todavía es necesario que las normas celestiales continúen actuando como ayo, como maestro, como guía haciéndonos saber lo que es correcto (Ga 3:24-26), aunque ya no estamos bajo ayo (v. 25), aún nos muestra nuestra necesidad de Cristo (v. 26). De igual manera, no estamos bajo [la] ley, sin embargo, la misma nos sirve de «advertencia» (NTV) «prevención (PDT), «amonestación» (LBLA), (Sl 19:11-13). En todo caso, el pensamiento paulino aduce que no estamos bajo ayo, ni bajo la ley, sino bajo la gracia. Esto sugiere que no tratamos de alcanzar la justificación por medio de la ley lo cual es imposible, sino por medio de la gracia de Dios, lo cual es posible en Cristo Jesús. Podríamos decir que la ley de Dios, actúa en el proceso de la santificación como ayo, como maestro, como guía para calidad de vida. Después de todo, somos gente civilizada que nos regimos por las leyes (Ro 13:1-7). Como mencioné, la ley de Dios actúa en el proceso de la santificación, pero no tiene parte en nuestra justificación. No importa lo que aprendamos sobre la justificación y la santificación. Itero, las normas de Dios actúan en el proceso de la santificación para calidad de vida, pero no tienen parte en nuestra justificación. Así también podemos cooperar con la justicia de Dios, pero nunca podemos contribuir a nuestra justificación (Jr 33:16; 1 Cor 1:30; 2 Cor 5:21). Podemos cooperar, pero no contribuir porque no hay méritos en nosotros. Si de méritos se trata, «Fijemos nuestra mirada en Jesús, pues de él procede nuestra fe y él es quien la perfecciona» (Hb 12:2 DHH). Fijemos nuestra mirada en «El Señor, justicia nuestra» (Jr 23:6; 33:16).

Siendo que nuestra naturaleza es imperfecta, o sea que «Cuando quiero hacer el bien, no lo hago; y cuando trato de no hacer lo malo, lo hago de todos modos» (Ro 7:19 NBV), Dios ha provisto un medio justo: «Hijitos míos, les digo esto para que no pequen; pero si alguno peca, tenemos un abogado ante el Padre: a Jesucristo el justo» (1 Jn 2:1 NBV).

Jesucristo el justo, es el único medio de salvación. Por eso, el pensamiento paulino: «Dios estaba en Cristo...» (2 Cor 5:19). De acuerdo con Pablo, Cristo es todo, «Cristo, llena todo en todo momento...» (Ef 1:23 PDT). Cristo es el centro de todo. La máxima revelación (Hb 1:1-2; Col 1:15-20). La Biblia es la revelación de Cristo (Ap 1:1). En síntesis, Cristo es todo (Ef 1:23) y todo lo podemos en Cristo (Flp 4:13). Por eso dice: «Dios estaba en Cristo...» (2 Cor 5:19). Cristo Jesús «el Señor justicia nuestra» (Jr 23:6; 33:16; 1 Cor 1:30; 2 Cor 5:21).

Que su Palabra pueda satisfacer su necesidad espiritual en este día. Confío que así será. Cuenta con mi Dios. Mi Dios es real. Mi Dios es Dios, porque únicamente él es Dios. Mi Dios sin igual.

¡Bendecido día!

«Adquiere la verdad y la sabiduría, la disciplina y el discernimiento, ¡y no los vendas!» (Pr 23:23 NVI)

Prof. Benjamín López Rivera, MEd

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