«No importa cuántas veces caiga, siempre se levantará. En cambio, el malvado cae y no vuelve a levantarse.» (Pr 24:16 TLA).
Al abrir tus ojos en la mañana diste gracias a Dios por un día más de vida. Pediste que fuera un día de bendición. Saliste para hacer tus diligencias o realizar tu rutina diaria de ejercicios. Todo iba bien, pero de repente ocurrió algo inesperado y fallaste. ¿Cuántas veces ocurre esto en la vida? Oramos pidiéndole a Dios que nos dé fortaleza para no fallar. Sin embargo, fallamos. Pedimos perdón haciendo promesas que no podemos cumplir. Pero volvemos a fallar. Nos preguntamos, ¿Qué pensará Dios de nosotros? Nos sentimos tan mal que nuestra mente empieza a maquinar hasta sentirnos sin ánimo. Queremos hacer el bien, pero terminamos haciendo el mal. Fallamos una y otra vez. Poco a poco quedamos sin fuerzas. Caemos en el mismo pecado que le prometimos a Dios que no volveríamos a caer.
Cuando fallamos se nos viene todo encima. El desaliento se apodera de nosotros. Nos agobia el sentido de culpa. Pensamos que somos indignos para ir a Dios. Ese sentido de culpa trabaja en nuestra mente como los golpes de un martillo. Golpe tras golpe. Deseando querer hacer algo, pero esos golpes nos dejan sin fuerzas. Golpes que nos dicen que deshonramos a Dios nuevamente. Sentimos vergüenza, y no nos atrevemos pedir perdón a Dios porque creemos que hemos caído muy bajo. Nos desanimamos al desperdiciar las oportunidades que Dios nos ha dado.
La Palabra de Dios dice que el diablo anda como león rugiente, buscando a quien devorar (1 Pe 5:8). El enemigo está pendiente de todo lo que hacemos. Nos conoce, y espera pacientemente observando cada movimiento para tratar de hacernos caer. La Biblia diserta que es el acusador de nuestros hermanos (Ap 12:19). Conoce nuestras debilidades, y aprovecha cada una de ellas para tratar de hacernos caer para luego acusarnos. Su rol consiste en desanimarnos y hacernos caer. Hacernos creer que somos unos fracasados. Es verdad que oramos. Es verdad que prometemos y no cumplimos. Es verdad que fallamos. Pero, no es el fin. No eres un fracasado. No te deprimas ni permitas que el enemigo controle tu mente. ¡No es el fin! ¡Hay esperanza! ¡Siempre la hay! El Dios de las oportunidades siempre está presente.
La Escritura aduce que el Señor, Dios, es clemente y compasivo, lento para la ira y grande en amor y fidelidad, que mantiene su amor hasta mil generaciones después, y que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado (Ex 34:6, 7). También declara que el Señor no tarda su promesa. Que es paciente para con nosotros. No quiere que ninguno se pierda, sino que todos procedan al arrepentimiento (2 Pe 3:9). También dice: «No importa cuántas veces caiga, siempre se levantará. En cambio, el malvado cae y no vuelve a levantarse.» (Pr 24:16 TLA). «Aun cuando caiga, no quedará caído, porque el Señor lo tiene de la mano.» (Sl 37:24 DHH).
Pablo aduce, «Porque todo lo que fue escrito en tiempos pasados, para nuestra enseñanza se escribió, a fin de que por medio de la paciencia y del consuelo de las Escrituras tengamos esperanza.» (Ro 15:4 LBLA). Hay muchas historias en la Biblia que muestran el amor de Dios, su misericordia y perdón. El es el Dios de las oportunidades.
Quiero compartir contigo la historia del rey Manasés. Es una historia de esperanza para el caído y angustiado que piensa que no hay más oportunidad de perdón después de haber fallado tantas veces. Esta historia ilustra el amor, la paciencia y la misericordia de Dios. ¡Sabes! Dios nunca se rinde. No se rindió con Manasés. Tampoco lo hará contigo. Trabajó con Manasés hasta que este se humilló, y reconoció que el Señor es Dios. Yo creo en ese Dios de amor, justicia y misericordia. Creo en el Dios que perdona. Creo en el Dios de las oportunidades. ¡Bendito sea su Nombre!
El relato de la historia del rey Manasés, se encuentra en 2 de Reyes 21 y 2 Crónicas 33. El rey Manasés, fue el decimocuarto rey de Judá. Su nombre en hebreo significa «olvido o hacer olvidar». Más adelante descubriremos el significado de su nombre.
Antes, debo decir que el padre de Manasés, el ilustre Ezequías, fue un buen rey reformador. Cuando el rey Ezequías murió fue honrado por toda la gente de Judá y Jerusalén (2 Cro 32:33). Que triste que el rey Manasés, no siguiera el buen ejemplo de su padre. Su padre no solamente era uno de los mejores reyes de Judá, sino también un hombre de Dios.
Cuando leo y medito sobre la historia de Manasés, pienso que su desobediencia y apostasía es inconcebible. Este hombre desafió a Dios, en todo el sentido de la palabra. Fue tan perverso como el rey Acab y Jezabel. Tal vez mucho más. Manasés, introdujo toda forma de idolatría en la casa de Dios. Si usted tiene conocimiento del santuario veterotestamentario sabrá a lo que me refiero. Estamos hablando de un desafío abiertamente (rebelión) hacia el Dios todopoderoso.
De acuerdo con los datos biográficos encontrados en 2 de Crónicas 33, el rey Manasés tenía doce años cuando ascendió al trono, y reinó en Jerusalén cincuenta y cinco años. Pero, hizo lo que ofende al Señor, pues practicó las repugnantes ceremonias de las naciones que el Señor, había expulsado al paso de los israelitas. Reconstruyó los santuarios paganos que su padre Ezequías, había derribado; además, erigió altares en honor de los baales e hizo imágenes de la diosa Aserá. Se postró ante todos los astros del cielo y los adoró. Construyó altares en el templo del Señor, lugar del cual el Señor, había dicho: «En Jerusalén habitaré para siempre». En ambos atrios del templo del Señor, construyó altares en honor de los astros del cielo. Sacrificó en el fuego a sus hijos en el valle de Ben Hinón, practicó la magia, la hechicería y la adivinación, y consultó a nigromantes, y a espiritistas. Hizo continuamente lo que ofende al Señor, provocando así su ira. Tomó la imagen del ídolo que había hecho y lo puso en el templo de Dios, lugar del cual Dios había dicho a David y a su hijo Salomón: «En este templo en Jerusalén, la ciudad que he escogido de entre todas las tribus de Israel, habitaré para siempre. Nunca más arrojaré a los israelitas de la tierra en que establecí a sus antepasados, siempre y cuando tengan cuidado de cumplir todo lo que les he ordenado, es decir, toda la ley, los estatutos y los mandamientos que les di por medio de Moisés». Manasés, descarriló a los habitantes de Judá y de Jerusalén, de modo que se condujeron peor que las naciones que el Señor, destruyó al paso de los israelitas.»(vv. 1-9). «Además del pecado que hizo cometer a Judá, haciendo así lo que ofende al Señor, Manasés, derramó tanta sangre inocente que inundó a Jerusalén de un extremo a otro» (2 Re 21:16). Aduce la Palabra que «El Señor les habló a Manasés y a su pueblo, pero no le hicieron caso» (2 Cro 33:10).
Podríamos deducir que el rey Manasés personificó a Satanás en carne propia. Desafió abiertamente al Dios eterno. Su comportamiento hacia el Señor fue irreverente. Fue un hombre rebelde en todo el sentido de la palabra. No solo hizo lo malo ante los ojos de Dios, sino que se excedió en sus pecados hasta encender la ira de Dios (2 Cro 33:6). Este hombre pecó directamente contra Dios. La vida del rey Manasés nos muestra lo terrible del pecado y sus consecuencias. Cuando usted lee Jeremías 15:4, notará que dice: «…por causa de Manasés.» El pasaje trata de la destrucción de Judá. Pero, ¿A quién se le imputa la culpa de esa destrucción? Es cierto que el pueblo había caído en la idolatría, pero el Eterno, le imputa la culpa a Manasés. Note como dice el texto: «por causa de lo que Manasés hijo de Ezequías, rey de Judá, hizo en Jerusalén.» El pueblo fue destruido por causa de Manasés.
Estas son las consecuencias del pecado de Manasés. Cabe preguntar, ¿A qué se debe la actitud rebelde y desafiante de este hombre? ¿Por qué el comportamiento irreverente hacia Dios? ¿Por qué rechazó las advertencias que Dios le hizo? Podemos inferir que su padre Ezequías, lo instruyó en el camino del Señor. Su padre era un digno ejemplo. Pero, no todas las veces los hijos seguirán el camino correcto. Los educamos, pero ellos eligen el camino a seguir. Hay quien sigue el consejo divino, y hay quien elige su propio camino. La desobediencia de Manasés lo hace culpable. Toda persona que se rebela contra Dios es culpable. Nunca se justifica la rebelión contra Dios. La Escritura aduce: «Porque desde la creación del mundo las cualidades invisibles de Dios, es decir, su eterno poder y su naturaleza divina, se perciben claramente a través de lo que él creó, de modo que nadie tiene excusa. A pesar de haber conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se extraviaron en sus inútiles razonamientos, y se les oscureció su insensato corazón" (Ro 1:20, 21). Si los paganos no tienen excusa, mucho menos los hijos de Dios.
La culpa de Manasés era más severa porque su padre Ezequías lo había instruido correctamente en el temor del Eterno. Su culpa se intensificó, aún más, por desobedecer las advertencias que Dios le hizo (2 Cro 33:10). Pero apesar de la desobediencia de este hombre, Dios tenía un plan. No era un plan agradable para Manasés, pero era el plan de Dios. Todo estaba en la toma de decisiones de Manasés. Pero este no quería escuchar. Y, Dios para llamar su atención, permitió que un enemigo invadiera su pueblo. El enemigo encontró a Manasés, y se lo llevó prisionero. No como cualquier prisionero. Le pusieron garfios, y cadenas de bronce como a un animal (2 Cro 33:10, 11). Tremenda humillación para un rey.
Sabes por qué te presento esta historia. Porque por medio de ella, experimentarás el infinito amor de Dios, y su misericordia. Dice el relato que Manasés, estando en tal aflicción, imploró al Señor, Dios, de sus antepasados, y se humilló profundamente ante él. Oró al Señor, y él escuchó sus súplicas y le permitió regresar a Jerusalén y volver a reinar. Así Manasés reconoció que solo el Señor es Dios (2 Cro 33:11, 12). El Señor obra a su tiempo. Mientras el rey estaba prisionero, meditó en lo que había hecho. Allí reconoció su pecado contra el Altísimo, se humilló y pidió perdón. Le confesó a Dios que estaba arrepentido de lo que había hecho. Después de pedir perdón, solicitó a Dios que lo regresara a su reino. Dios, en su justo juicio lo perdonó, olvidó su pasado y lo restauró a su reino.
Esto es lo que sucede cuando nos humillamos ante la presencia del Dios de las oportunidades. Él no nos desampara. Manasés entendió que Dios es real y tomó la decisión de seguir su mandato. El rey había hecho las cosas a su manera y le fue mal. El pueblo le siguió, y se desvió del camino correcto. Pero, su arrepentimiento genuino produjo cambios. Comenzó a vivir para Dios. Trató de ayudar al pueblo para que este siguiera a Dios. El reformado Manasés, quitó todos los ídolos de la tierra. Retiró el ídolo del templo de Dios. Dio ofrendas especiales y pidió al pueblo que adoraran solamente a Dios.
Podrás caer muchas veces pero otras tantas te levantarás (Pr 24:16). Es posible que toques fondo como Manasés, pero no es el fin. Hay esperanza. No te deprimas ni permitas que el enemigo controle tus sentimientos. El Dios de las oportunidades siempre está presente. «Aun cuando caiga, no quedará caído, porque el Señor lo tiene de la mano.» (Sl 37:24 DHH). El Señor Dios es clemente y compasivo, lento para la ira y grande en amor y fidelidad, que mantiene su amor hasta mil generaciones después, y que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado (Ex 34:6, 7). El Señor, no tarda su promesa. Es paciente para con nosotros. No quiere que ninguno se pierda, sino que todos procedan al arrepentimiento (2 Pe 3:9).
¡Fallaste una vez más! Solo pide perdón al Señor y serás perdonado. El Señor puede cambiar tu vida así como lo hizo con el rey Manasés. Dios no tiene una regla para medir el pecado. Sabemos que para Dios, no hay pecado pequeño o grande. No hay un pecado más malo que otro. Pecado es pecado. No hay diferencia alguna si creemos que pecamos menos cuando decimos mentiras que cuando se asesina a alguien. El pecado es pecado y le desagrada a Dios. Pero, no te desanimes. Dios no se la pasa contando cuantas veces has caído o cuantas veces vas a caer. Cristo murió por ti para perdonarte, redimirte y salvarte. Dios hizo provisión en Cristo para que no estuviéramos separados de Él, por causa del pecado. Si vamos a Dios, y nos humillamos de corazón y pedimos perdón, Él nos perdonará. El Señor ha declarado que no se acordará más de nuestros pecados (Hb 10:17). Dice más «...volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar todos nuestros pecados» (Miq 7:19).
Dios no solo perdona, sino también olvida y restaura. Usa nuestras experiencias para hacernos mejores. Note lo que pasó con Manasés. Se humilló y pidió perdón. Dios lo perdonó y olvidó sus pecados. En eso consiste la promesa divina: «Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados.» (Is 43:25). ¿Qué significa el nombre de Manasés? El nombre Manasés en hebreo es מְנַשֶּׁה Mᵉnashsheh, significa «olvidar» o «haciendo olvidar». Dios perdonó y olvidó el pecado de Manasés. También lo liberó de la prisión después de 12 años de cautiverio en Babilonia. Lo perdonó y lo restauró a su reino. Esto no significa que recuperaremos todo lo perdido. Significa que seremos restaurados, y posiblemente vueltos a nuestro lugar o a un mejor lugar. Manasés se preparó para reconfortarse (2 Cró 33:13-16). Destruyó los dioses paganos. Quitó el ídolo que había colocado en la casa del Eterno. Aborreció a todos los ídolos que había adorado. Restauró el altar del Eterno. «Restaurar» palabra significativa. En cuanto a nosotros, la restauración bíblica nos invita a reparar, cambiar, reconocer los errores, valorar y sobre todo a sanar todo aquello que nos hace tener pensamientos impuros o incorrectos. Por otro lado, todo cristiano cuyas obras y conciencia han sido lavadas con la sangre de Cristo, debe resarcir inmediatamente a quienes haya dañado (Mt 5:24-24; Lc 19:8-9; Ro 13:8-10).
Si vuelves a caer no debes perder la esperanza y confianza en Dios. El enemigo estará todo el tiempo martillando y fustigando nuestra conciencia para que fallemos y deshonremos a Dios. Cuando sientas que vas a caer, dirígete a la Palabra de Dios porque es «como martillo que quebranta la piedra» (Jr 23:29). Es por medio del Espíritu Santo que su Palabra nos convence de pecado (Jn 16:8), y su bondad nos lleva al arrepentimiento (Ro 2:4). Es su Palabra la que alimenta nuestro espíritu y nos da vida (Jn 6:63). El rey Manasés se arrepintió, se humilló y ofreció ofrendas a Dios en agradecimiento. Que este sea nuestro sentir: «Para ti, la mejor ofrenda es la humildad. Tú, mi Dios, no desprecias a quien con sinceridad se humilla y se arrepiente.» (Sl 51:17 TLA).
No son la veces que has caído, ni las que caerás, sino cómo te levantarás. Por supuesto, te levantarás por la gracia de Dios y su poder: «Levántate y resplandece, que tu luz ha llegado! ¡La gloria del Señor brilla sobre ti!» (Is 60:1 NVI).
Espero en el Señor, que por medio de estas palabras encuentres un oasis para tu vida. Que sean de gran bendición. Que el Dios de las oportunidades te bendiga grandemente. Que la gloria de Dios, sea sobre ti, y alumbre tu camino. Recuerda, aferrate al Señor, hasta el último suspiro. Su Palabra dice: «No importa cuántas veces caiga, siempre se levantará...» (Pr 24:16 TLA). «Aun cuando caiga, no quedará caído, porque el Señor lo tiene de la mano.» (Sl s 37:24 DHH). Hay esperanza en Cristo Jesús. Que tu pasado perdonado y olvidado no sea el autor de tu agenda futura. Levántate, resplandece para que todos vean brillar la gloria de Dios en ti.
Que su Palabra pueda satisfacer su necesidad espiritual en este día. Confío que así será. Cuenta con mi Dios. Mi Dios es real. Mi Dios es Dios, porque únicamente él es Dios. Mi Dios sin igual.
¡Bendecido día!
«Adquiere la verdad y la sabiduría, la disciplina y el discernimiento, ¡y no los vendas!» (Pr 23:23 NVI)
Prof. Benjamín López Rivera, MEd
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